UN REFUGIO
A veces, un centímetro se vuelve una distancia insondable. Por eso, cuando se acurrucaba junto a su gata buscaba la fusión: piel con pelo; sin la más mínima separación.
Se echaban una manta por encima y construían su «txabola» (cabaña) que sonaba a ronroneo, calidez y pureza. En medio de aquella disolución, en el corazón de ella estallaban una apertura y una expansión radicales.
A veces, hubiera deseado esa misma ósmosis con algunos seres humanos pero los prejuicios y malentendidos lo habrían vuelto imposible.
La «txabola» con su gata era un refugio. Las almas introvertidas necesitan cobijos. En ellos es más fácil hacer hueco, dejar un vacío para que algo, que no se sabe lo que es, chispee.
Primero hay que soltar: sonidos, imágenes, pensamientos, emociones. Luego, esperar a que se haga un vacío fértil. Entonces, puede llegar la conexión con la magia.
En un refugio no se piensa con la cabeza o con el órgano encargado de pensar. Se piensa, como escribía Unamuno, con todo el cuerpo y toda el alma, «con la sangre, con el tuétano de los huesos, con el corazón, con los pulmones, con el vientre, con la vida».
Más que pensar, en un refugio se siente.
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Me encantará que me visites.
Está precioso el texto y la gatita… Agradecida.
Hola, Elsa!
Muchísimas gracias por tus palabras y por tu aprecio. Me hacen mucha ilusión. Me siento muy agradecida por tu calidez. Un gran abrazo!